viernes, 17 de mayo de 2013

LATÍN Y HUMOR (12)

 
 
 
Fuera de los poquísimos ejemplos que sacaba de Tácito o de Tito Livio, todas sus oraciones, propuestas muy lentamente y paseándose a lo largo de la clase, tomando rapé, eran del género culinario, y, mutatis mutandis, siempre las mismas.
-Estando la cocinera -díjome una vez, al llegar yo a hacer oraciones de esta clase-, fregando los platos, los discípulos le robaban el chocolate.
Pues en latín, y sin grandes dificultades, lo de la cocinera, lo de fregar los platos y hasta lo del robo por los discípulos; pero llegué al chocolate y detúveme.
-¿Qué hay por chocolate? -pregunté.
-Hombre -me respondió deteniéndose él también en su paseo, torciendo la cabecita y tomando otro polvo-, la verdad es que los romanos no le conocieron. -Meditó unos momentos, y añadió, con aquella voz destemplada, verdadera salida de tono, que le era peculiar:
-Ponga masa cum cacao, cum sacaro et cum cinamomo confecta. (Masa hecha con cacao, azúcar y canela).
Hízonos gracia la retahíla, y reímonos todos; pero pudo haberme costado lágrimas la dificultad en que me vi para acomodar tantas cosas en sustitución del sencillísimo chocolate, sin faltar a la ley de las concordancias en género, número y caso.
Otra vez, y también a propósito de fregonas y de discípulos golosos, salió a colación la palabra arroba.
-¿Qué hay por arroba? -preguntó el alumno.
A lo que respondió don Bernabé, con la voz y los preparativos de costumbre:
-La verdad es, candonga, que esa unidad no la conocían los romanos... Ponga... pondus viginti et quinque librarum (peso de veinticinco libras).
Como en estos casos le daba por estirarse, en otros prefería encogerse.
-Voy a Carriedo -mandó poner en latín en una ocasión; y como el alumno vacilase...
Carretum eo, candonga! -concluyó el dómine alumbrándole dos estacazos-. ¿Qué ha de haber por Carriedo sino Carretum, carreti?
Cuando un muchacho quería salir de la cátedra, obligado a ello por alguna necesidad apremiante […]
Aconteció una vez que se alzó un muchacho; y después de haber estado cerca de un cuarto de hora en la susodicha forma de interrogante, sin obtener respuesta, díjole don Bernabé:
-¡Corre, que te pillan!...
Y el chico apretó a correr hacia la puerta.
-¿Adónde va, candonga? -le gritó el dómine. ¡Vuelva, vuelva, y póngamelo en latín!
Volvió el muchacho, y, torpe y atarugado, comenzó a decir:
-Curre... quod... pillant...
-¡No estás tú mal pillo, calabaza! -y deslomóle de un bastonazo-. ¡A ver, el otro!
Y como el otro no estuviese más acertado que su antecesor, continuó el de más allá, y luego el que le seguía, y después el otro, y, por último, los mayoristas, que tampoco supieron vencer la dificultad, con lo que don Bernabé fue entrando en calor, y la bromita del «corre, que te pillan» acabó en tragedia.
Tal era el lado cómico de este personaje 
 JOSÉ MARÍA DE PEREDA, Esbozos y rasguños
Para el texto completo aquí
Tomado de LATINVM AD LATRINAM 

LATÍN Y HUMOR (11)


 En aquellos tiempos, ¡oh tiempos clásicos! todo se estudiaba en latín, incluso el latín mismo, y era de ver la gran confusión en que caía un alumno novel, cuando le ponían en la mano el Nebrija con sus reglas escritas en aquella misma lengua que no se había aprendido todavía. Poco a poco iba saliendo del paso con el admirable método de enseñanza adoptado por la Compañía, y acostumbrándose al manejo del Calepino para los significados castellanos, y del Thesaurus para la operación inversa, pronto llegaba a explicarse como Quinto Curcio o Cornelio Nepote. Las lecciones se daban en latín, y para que los chicos se familiarizasen con la lengua que era llave maestra de todo el saber divino y humano, hasta se les exigía que hablasen latín en sus conversaciones privadas, de donde vino esa graciosa latinidad macarrónica, que ha producido inmenso centón de chistes, y hasta algunas piezas literarias, que no carecen de mérito, como la Metrificatio invectivalis de Iriarte y las sátiras políticas que se han hecho después. Si Horacio y Cicerón hubieran, por arte del Demonio, salido de sus tumbas para oír como hablaban los malditos chicos del Colegio Imperial, habría sido curioso ver la cara que ponían aquellos dignos sujetos a cada instante se oía: Quantas habeo ganas manducandi!... Carissime, hodie castigavit me Pater Fernández (vel á Ferdinando), propter charlationen meam... ¡Eheu, paupérrime! ¿Ibis in calabozum?... Non; sed fugit meriendicula mea. Dum tu chocolate bollisque amplificas barrigam tuam, ego meos soplabo dedos. Guarda mihi quamquam frioleritam.
Para ver el episodio completo  AQUÍ

Latín y humor (10)

    
 
 BARTOLO.- Se puede y se debe hacer... El pulso... (Tomando el pulso a DOÑA PAULA.) Aristóteles, en sus protocolos, habló de este caso con mucho acierto.
    JERÓNIMO.- ¿Y qué dijo?
    BARTOLO.- Cosas divinas... La otra... (La toma el pulso en la otra mano, y la observa la lengua.) A ver la lengüecita... ¡Ay, qué monería!... Digo... ¿Entiende usted el latín?
     DON JERÓNIMO.- No señor, ni una palabra.
   BARTOLO.- No importa. DijoBonus bona bonum, uncias duas, mascula sunt maribus, honora medicum, acinax acinacis, est modus in rebus. Amarylida sylvas. Que quiere decir que esta falta de coagulación en la lengua la causan ciertos humores que nosotros llamamos humores... acres, proclives, espontáneos, y corrumpentes. Porque, como los vapores que se elevan de la región... ¿Están ustedes?
    ANDREA.- Sí señor, aquí estamos todos.
    BARTOLO.- De la región lumbar, pasando desde el lado izquierdo donde está el hígado, al derecho en que está el corazón, ocupan todo el duodeno y parte del cráneo; de aquí es, según la doctrina de Ausias March y de Calepino (aunque yo llevo la contraria) que la malignidad de dichos vapores... ¿Me explico?
    DON JERÓNIMO.- Sí señor, perfectamente.
    BARTOLO.- Pues, como digo; supeditando dichos vapores las carúnculas y el epidermis, necesariamente impiden que el tímpano comunique al metacarpo los sucos gástricos. Doceo, doces, docere, docui, doctum, ars longa, vita brevis: templum, templi: Augusta Vindelicorum, et reliqua... ¿Qué tal? ¿He dicho algo?
     DON JERÓNIMO.- Cuanto hay que decir.
     GINÉS.- Es mucho hombre éste.
LEANDRO FERNÁNDEZ DE MORATÍN, El médico a palos (Acto II, Escena V)
 
Tomado de LATINUM AD LATRINAM