En aquellos tiempos, ¡oh tiempos clásicos! todo se
estudiaba en latín, incluso el latín mismo, y era de ver la gran
confusión en que caía un alumno novel, cuando le ponían en la mano el Nebrija
con sus reglas escritas en aquella misma lengua que no se había aprendido
todavía. Poco a poco iba saliendo del paso con el admirable método de enseñanza
adoptado por la Compañía,
y acostumbrándose al manejo del Calepino para los significados castellanos, y
del Thesaurus para la operación inversa, pronto llegaba a explicarse
como Quinto Curcio o Cornelio Nepote. Las lecciones se daban en latín, y para que los chicos se
familiarizasen con la lengua que era llave maestra de todo el saber divino y
humano, hasta se les exigía que hablasen latín en sus conversaciones privadas,
de donde vino esa graciosa latinidad macarrónica, que ha producido inmenso
centón de chistes, y hasta algunas piezas literarias, que no carecen de mérito,
como la Metrificatio
invectivalis de Iriarte y las sátiras políticas que se han hecho después.
Si Horacio y Cicerón hubieran, por arte del Demonio, salido de sus tumbas para
oír como hablaban los malditos chicos del Colegio Imperial, habría sido curioso
ver la cara que ponían aquellos dignos sujetos a cada instante se oía: Quantas
habeo ganas manducandi!... Carissime, hodie castigavit me Pater Fernández (vel
á Ferdinando), propter charlationen meam... ¡Eheu, paupérrime! ¿Ibis in
calabozum?... Non; sed fugit meriendicula mea. Dum tu chocolate bollisque
amplificas barrigam tuam, ego meos soplabo dedos. Guarda mihi quamquam
frioleritam.
Para ver el episodio completo AQUÍ
Tomado de LATINVM AD LATRINAM
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