"Enorme estante de roble contiene una rica y escogida biblioteca, y allí
está Horacio el epicúreo y sibarita junto con el tierno Virgilio, en
cuyos versos se ve palpitar y derretirse el corazón de la inflamada
Dido; Ovidio el narigudo, tan sublime como obsceno y adulador, junto
con Marcial, el tunante lenguaraz y conceptista; Tibulo el apasionado
con Cicerón el grande; el severo Tito Livio con el terrible Tácito,
verdugo de los Césares; Lucrecio el panteísta; Juvenal, que con la
pluma desollaba; Plauto, el que imaginó las mejores comedias de la
antigüedad dando vueltas a la rueda de un molino; Séneca el filósofo, de
quien se dijo que el mejor acto de su vida fué la muerte; Quintiliano
el retórico; Salustio el pícaro, que tan bien habla de la virtud; ambos
Plinios, Suetonio y Varrón, en una palabra, todas las letras latinas,
desde que balbucieron su primera palabra con Livio Andronico, hasta que exhalaron su postrer suspiro con Rutilio".
Doña Perfecta capítulo XXV
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