
Poco antes de las últimas bendiciones, sucedió lo que ya estaba tardando: el celebrante repartió en la primera fila sendas bofetadas a los dos que más reían. El propio don Arcadio había sido el causante de las risotadas cuando, al decir en latín las dos palabras del relajo, los niños creyeron que se les provocaba desde el altar con semejante letanía eterna.
-Dominus vobiscum - recitó el cura
- El culo te lo pellizco - susurró en el silencio de la nave el más avispado de los chiquillos.
González Déniz, Emilio, Bastardos de Bardinia, Clásicos canarios contemporáneos, las Palmas de G. C. 2015, págs 17-18
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